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Cultura organizacional

“La amistad comienza donde termina o cuando concluye el interés.”

- Marco Tulio Ciceron

Cuando recién salí de la escuela, y a los días empecé a trabajar… creía que todos éramos amigos. Socialmente había sorteado con fortuna y sin enemigos cada etapa escolar desde el kinder. Creo que por estatura, corpulencia y temperamento, jamás tuve un enfrentamiento. Capoteé la crueldad de mis compañeros en preescolar y primaria, destacando en los deportes y el desorden en las aulas. Durante la secundaria gocé de una súbita e inmerecida popularidad gracias a un programa de radio al que un día llamé para pedir una canción y dedicársela a un primo mío que venía de Los Ángeles y estaba en Culiacán de vacaciones por unos días. En la preparatoria fui voleibolista seleccionado estatal y alternaba mis tardes entre las canchas de juego y el ocio sano de mis mejores años. Libré la batalla de los exámenes yendo siempre unos cuantos pasos adelante de ellos ya que junto con un grupo de amigos descubrimos una ingeniosa manera de apropiár de ellos unos días antes de su aplicación. Durante la carrera de psicología siempre fui el único hombre en grupos mayores a veinticinco mujeres, en pocas palabras, cada estadio formativo de mi vida lo tengo registrado de forma primorosa y afortunada; de tal suerte que aquel 19 de mayo de 1997, dos días después de mi graduación, fui a visitar a Lourdes Ocampo Coria, mi maestra más querida de la preparatoria, para saludarla y orgullosamente decirle que ya me había graduado, que ya podíamos hablar de colega a colega. Yo no sabía que ella había pasado de maestra de cátedra a Directora. Me preguntó por mis planes futuros y le conté algunas fantasías que en mi mente traía. Me paró en seco diciendo:

- Gnozin, ¿por qué no te pones a trabajar ya?,

me quedé helado; si esa era la franqueza con la que se estilaba hablar entre colegas prefería la posición de antaño. Me ofreció trabajo como maestro de D.H.P. (Desarrollo de Habilidades del Pensamiento) y necesitaba mi respuesta en ese mismo momento para inscribirme en la capacitación que precisaría tener para poder impartir esa materia. Necesitaba mi respuesta inmediata para tramitarme los viáticos que necesitaría durante las dos semanas y media que estaría en Monterrey. Necesitaba mi respuesta ahí mismo porque el curso iniciaba en dos días y tendría que irme al siguiente… me tomó como cincuenta segundos decidirlo: me fui a Monterrey.

Cuando llegué de mi cursito de D.H.P., Lourdes Ocampo, que me había contratado de palabra y que a mi llegada veríamos los asuntos esos del sueldo, condiciones, etcétera, ya no trabajaba para el Campus Sinaloa, sino que ya se encontraba presidiendo la recién nacida Rectoría de Tecnología Educativa de la Zona Pacífico del Sistema ITESM dejando como Director de Preparatoria a otra persona, que tengo entendido que hasta hace poco dejó el puesto.

Recién desempacado de la escuela y sin una hora de trabajo de oficina todavía, regresaba de un curso al que otros maestros con años de entrega a la institución habían aspirado a tomar. Yo no lo sabía. Yo acababa de salir de la escuela y aún no distinguía la diferencia con el trabajo porque mi primer encomienda laboral fue tomar un curso de capacitación. Para mí era lo mismo y por eso yo creía que todos éramos amigos. Craso error. A mi llegada ya me estaba esperando una parranda de rumores e intrigas que se había estado fraguando durante mi exilio. Compañeros de trabajo con los que aun no convivía y ni conocía, ya tenían una idea de mí como furtivo advenedizo que usufructuaba inmerecidas glorias. Hubo chismes, críticas, envidias, celos, víboreo, enredos, discordias, traiciones, sabotajes, resentimientos, embrollos, mitotes, etcétera. Hilario Recio Sánchez, que sería mi jefe inmediato como Coordinador de Desarrollo defendió mi puesto con los altos mandos de entonces porque yo estaba siendo despedido del trabajo que aún, formalmente, no había sido contratado. Hilario participó como co-instructor del curso que tomé en Monterrey y, pese a que mi desempeño en el mismo no fue del todo plausible, algo prometedor debió haber visto para solicitar de manera formal y oficial mi incorporación al Campus.

Así entré al Tec de Monterrey en Culiacán, como asistente de la Coordinación de Desarrollo que Hilario gestionaba. Durante ese primer semestre trabajamos juntos en la creación de un libro editado por Trillas: Pensamiento Critico y Creativo en coautoría oficial con una maestra de la Universidad Virtual (UV). La editorial en convenio con la UV, le publicaba libros a sus maestros para usarlos como material de apoyo en los cursos que ofrecían. Yolanda Cázares, también psicóloga y mi maestra de preparatoria, era la directora de ese programa y convenio. La maestra coautora del libro Pensamiento Crítico y Creativo trabajaba para Yolanda. Durante ese semestre Hilario y yo dedicamos dos horas diarias al planteamiento de un modelo para activar y despertar el potencial creativo del ser humano. Dedicamos enteros e intensos fines de semana de confrontaciones cognitivas.

Al calor de la emoción creativa y el beneficio experimentado con el intercambio de ideas, Hilario invito a la también colega para que viniera de Monterrey y nutrirnos con el enriquecimiento de los tres. Vino en dos ocasiones y así también logró sólidos avances en la parte que le correspondió. Al final yo tuve el honor de escribir el prólogo de la primera edición porque en la siguiente hasta Hilario desapareció del mapa. En una hoguera de disimuladas discordias la maestra coautora le dio “golpe de estado” a Yolanda y se quedó con su puesto. Una vez instalada en la relación directa con Trillas reeditó el libro y nuestro esfuerzo, dedicación, entrega y mutua colaboración quedaron reducidos a las cenizas de un recuerdo incierto que el viento de los tiempos habría de hacer escurridizo con los años. Sacó a Hilario de la jugada y mi prólogo paso a formar parte de su prefacio. Me tomó casi dos años entender como operaba la cultura sobre las pasiones humanas en la vida real más allá de los libros de psicología… todo esto fue hace 25 años y tengo entendido que en este momento el TEC ha mejorado bastante su ambiente de trabajo.

Desde fuera y con la claridad de guerrera experimentada, Arcelia Ramos Monobe me rescató del muladar en el que estaba, sin conocerme confió en mi y me invitó a trabajar con ella en la Dirección de Tecnología Educativa y Desarrollo Académico del campus. Con ella experimenté la diferencia de trabajar en un ambiente sin ambages ni dobleces y aprendí que puedo permitir ser devorado por una cultura organizacional o bien, causar un impacto constructivo en la misma. La bondad de Arcelia no esta reñida con su disciplina ni eficacia personal. Hace 22 años que dejé de trabajar con ella y sigo aprendiendo de sus lecciones para las que entonces no estaba preparado. Gracias Arcelia por haber sembrado parte de tu legado en el corazón de mi corazón.

Con Dios y contigo:

yosoy@gnozin.com


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